lunes, 25 de agosto de 2008

La pobreza como eternidad

Por qué no nos dicen la verdad de una vez por todas?

Gianfranco Castagnola reseña, en “Perú 21”, que según la revista Newsweek el mundo, creciendo a un 5% anual, ha vivido una etapa de prosperidad virtualmente unánime entre los años 2003 y 2007.

Sin embargo -añade- el hecho de que los pobres estén consumiendo más y de que China y la India estén trotando tan entusiastamente hacia el desarrollo, ha producido, a partir del 2008, un frenazo mundial, un “recalentamiento” por demanda y, por tanto, una inflación que sólo puede combatirse ralentizando el crecimiento.

La verdad es que no capto qué lógica perversa es ésta de la economía “cada vez más globalizada”.

Cuando las cifras están en rojo, las iras y las revoluciones merodean. Y es que los pobres no ven ninguna luz al final del túnel.

Pero cuando los pobres mejoran en algo sus ingresos y adquieren los productos que las clases medias y altas de las sociedades desarrolladas compran todos los días, entonces aúlla el fantasma de la inflación y la orden es retroceder y detener la expansión. Esto trae consigo una recesión, que devuelve a los pobres a esa condición que el modelo de desarrollo se esmera en considerar natural y vitalicia.

Y la paradoja es que cuando las cifras son azules, los ricos duplican sus ingresos mientras que los pobres de muchos países pasan -para citar el caso del Perú- de 44 a 40 por ciento de la población. (Habría que preguntarse, sin embargo, si ese 40 por ciento no ha vuelto a crecer en estas semanas con inflaciones provinciales de alimentos del 12 al 15 por ciento en algunos casos).

Y, como lo subraya Castagnola, una inflación que amenaza a todos impide la baja de las tasas de interés, con lo que el capital para reactivar la economía desaparece o escasea.

O sea que si estamos bien, las cosas irán mal. Y si estamos mal, como casi siempre en el tercer mundo, las cosas irán peor. Y si van mucho peor, entonces las plazas se llenarán de clamores y los políticos llamarán a sus ejércitos para que “el orden se restablezca”, “y el progreso sea posible”, “y la subversión sea derrotada”, “y el populismo no pueda regresar”. O sea, todo eso que dicen aquí los sobones del Canal 7 y los pinches del campo fujiaprista.

¿Serán los pobres imprescindibles para la marcha del modelo? ¿Será el desempleo del tercer mundo una necesidad en la composición del costo de las mercancías? ¿Es que es imposible que la economía invente fórmulas que sirvan a todos? ¿Es que no todos somos seres humanos? O dicho de otro modo: ¿es la pobreza una condena perpetua? ¿No nos dijeron que era un accidente pasajero del que podía salirse cumpliendo la normatividad internacional?

Es como si el tren del progreso se hubiese llenado y pasase, como una bala, sin parar en ninguna estación de Desamparados. Como si el mundo donde se come tres veces al día y se sale de vacaciones con la familia fuese ya un club sin vacantes.

Mientras tanto, el país que inventó el mundo actual y voceó por todas partes cuáles eran los secretos para obtener riqueza –mercado libre, seriedad en el gasto público, igualdad ante la ley-, impide ahora el libre flujo de mercancías con su proteccionismo irreductible, padece el más pavoroso déficit fiscal de toda la historia de Occidente y ha creado una clase de ricos mafiosos que están más allá de toda ley (empezando por el vicepresidente Cheney).

No sólo eso. Ese país, que en 1945 tenía la razón y mantenía un puñado de ideales por los que valía la pena luchar, fabrica cada año un presupuesto de Defensa con cuyo monto podría superarse el problema del hambre a nivel mundial, invade y bombardea países des-soberanizados a los que acusa de tener armas que jamás tuvieron y trata al mundo, en general, como Rusia trata a Georgia o a Chechenia.

Y más: ese país, que es también el de Chomsky felizmente, está empeñado en depredar santuarios naturales para agujerearlos en busca de petróleo -porque no ha firmado el Protocolo de Kyoto, a pedido de las petroleras y sus plumarios- y ahora destina tierras de cultivo a sembrar trigo y soya que saciarán el hambre de su desmesurado parque de automóviles (lo que contribuye a la inflación mundial, por supuesto).

Los bonos estadounidenses que compra China han impedido la quiebra técnica de los Estados Unidos. Pero si los 800 millones de chinos pobres empiezan a mejorar su nivel de consumo, entonces viene la crisis y la inflación. Y mientras todo esto ocurre, la Europa sin Churchill pero con Brown, sin Adenauer pero con Merkel, sin De Gaulle pero con Sarkozy –la Europa ínfima de hoy-, ha dejado de pensar, retoza en su seguidismo, es el viejo mundo recluido en su egoismo y que ya nada ansía descubrir.

¿Y a esto se le llama orden internacional? Si este es el orden internacional –y lo es-,entonces me declaro, oficialmente, anarquista mundial y réprobo sin culpa.

Por César Hildebrandt